Preocuparse, según la Real academia
de la Lengua Española (RAE), sería ocuparse o anticiparse de algo.
A nivel general, este término puede
conllevar generalmente connotaciones negativas, puesto que suele relacionarse
con efectos perjudicables que afectan a la salud cuando la actitud hacia la
preocupación se tiende a cronificarse.
Se podría decir, que cuando alguien
se preocupa es porque se antecede a algo que le puede resultar incierto. Cuando
la preocupación es excesiva, y no se puede controlar acaba afectando al
bienestar de la persona. Uno de los síntomas es la generación de la ansiedad, el
agotamiento físico y emocional. El problema es cuando nuestra preocupación se
instala día a día para ocupar cada uno de nuestros pensamientos. Y estos se
vuelven obsesivos por determinadas cosas, apareciendo posteriormente
reflexiones negativas. Es decir, la mente en este estado, al no saber gestionar
bien la ansiedad acaba afectando a nuestro cuerpo (somatizaciones).
Biológicamente, nuestro cerebro
interpreta la preocupación como un estado de alerta (riesgo). Se activa el
nivel de cortisona en sangre, se dispara la adrenalina por el estrés, afectando
nuestro sistema inmunológico, siendo más vulnerables ante los virus y
bacterias. De ahí que seamos más sensibles ante las infecciones, alergias.
Además de producirnos tensión muscular y articular, cefaleas, dolor de
estómago, mareos, etc.
La preocupación, percibirla como
algo natural y comprensible en la vida cotidiana, nos puede indicar como
efectuar aquello que se requiere, que reclama nuestra atención (algo pasa) y
necesita una pronta solución.
¿Qué se puede hacer?
El abordaje de las preocupaciones,
dependerá de la personalidad del individuo sobre el manejo de la circunstancia
que se le exponga, junto a la resiliencia y capacidad de afrontamiento del
problema. Además, de tener un buen estado físico y mental.
Buscar estrategias, nos permite afrontar las situaciones de incertidumbre que
se nos presentan en la vida. A continuación se cita algunas cosas que se puede
realizar:
- - Ser consciente de aquello que está generando la ansiedad y aprender a gestionarla.
- - Si la preocupación no tiene solución no tiene sentido invertir tiempo en ella.
- - Buscar un momento del día para buscar soluciones a esas preocupaciones. Cuando llegue el pensamiento obsesivo, pensar que no es el momento, no darle poder y mantenerlo. Por ejemplo, cuando termine con esto, pensaré en ello y lo afrontaré.
- - No dejar para mañana la preocupación que se pueda solucionar hoy. No permitir que se haga más grande.
- - No llevarla a la cama (que nos deje descansar).
- - Compartir con otras personas nuestras preocupaciones (amistades), puesto que les quitara importancia de aquellos pensamientos obsesivos que percibimos de manera negativa (ajustar a la realidad).
En resumen, cuando se genera la
situación preocupante se pasa directamente a ocuparse, es decir, pasar a la
acción con la estrategia más adecuada para hallar la solución. De esta manera,
no se antecede, ni se desgasta energía permitiendo una mayor calidad de vida.
Vive y Ama